Es, en cualquier caso, una postura muy expresiva y así lo entendía el activista pro derechos humanos de Bogotá que aparece en la tercera foto y que la reproduce en una protesta en Bogotá.
Al margen de tecnicismos militares que ignoro por completo, en su mitad inferior esta postura recuerda al seiza, muy asentada y segura en el suelo, más inestable cuanto más se adelanta la pelvis, con el centro de gravedad ligeramente elevado pero a muy poca distancia de la tierra. En su mitad superior sin embargo, la columna marca una línea oblícua respecto a la horizontal que se pronuncia si el cuello está doblado. Este detalle del cuello doblado hacia delante y, por tanto, de ocultación del rostro, es señal inequívoca de una expresión de sumisión que podría relacionarse con otras conocidas como la que, al menos según las películas del género, adoptaban los vasallos medievales delante de su señor o los caballeros al ser nombrados como tales por el rey. También me trae a la cabeza el pasaje de un libro de Konrad Lorenz (prometo buscar la referencia concreta), biólogo austríaco padre de la etología, en el que contaba cómo en algunas especies de mamíferos (creo que eran lobos o perros) al final de una pelea en la que uno de los dos contrincantes resultaba manifiestamente superior, el perdedor se declaraba como tal bajando la cabeza y dejando al descubierto la parte superior de su cuello, es decir, dando al contrario la posibilidad de atacar en su punto más debil, ante lo cual el atacante entendía la señal y se sentía definitivamente vencedor evitando, mediante una convención postural (permitidme la licencia), un daño corporal mayor.
Miro esta postura por tanto y me sugiere sumisión pero también entrega y reconocimiento.
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